Ellos, los enemigos, están muertos, no vivirán, no pueden volver a su antiguo poder; han fallecido, no se levantarán, los enemigos de Dios no pueden esperar ser librados de la destrucción eterna a la que están condenados; por tanto, los visitaste, los destruiste y hiciste perecer todo su recuerdo. Esa es la suerte de los adversarios del Señor. En contra de eso, tenemos las bendiciones que Él envía sobre Su propio pueblo.

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