Por tanto, así dice el Señor: No me habéis escuchado al proclamar la libertad, cada uno a su hermano y cada uno a su prójimo, porque la ceremonia en la que habían tomado parte en el templo no había sido más que farsa e hipocresía y no tenía valor a los ojos del Señor. He aquí, os proclamo una libertad, dice el Señor, ahora, en justa retribución, los despediría de ser sus siervos, rompería la relación de la que habían estado tan orgullosos, entregándolos, en cambio, a la espada, a la pestilencia y al hambre, los tres terribles azotes de las naciones; y os haré ser trasladados a todos los reinos de la tierra, como desterrados entre extraños.

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