¿Me provocan a ira? dice el Señor. ¿Creen verdaderamente que pueden agraviarlo con tales actos? ¿Reducirán la dicha de la que disfruta? ¿No se provocan a sí mismos, trayendo dolor y dolor sobre sus propias cabezas, para la confusión de sus propios rostros? Ésa es siempre la consecuencia del pecado: la perfecta bienaventuranza de Dios no se reduce por la transgresión del hombre, sino que su propia paz mental se ve perturbada, y él carga el dolor y la tristeza sobre sí mismo.

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