Y a todo hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros que peregrinan entre vosotros, que comiere cualquier tipo de sangre, yo pondré mi rostro contra el alma que come sangre, y lo cortaré de entre su pueblo. Cf 7, 27. El Señor mismo amenaza con ser el ejecutor en este caso, porque la transgresión de esta ley era incompatible con la pertenencia al pueblo santo de Dios.

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