Incluso así será en el día en que el Hijo del Hombre sea revelado.

La característica distintiva del tiempo que precede al advenimiento final de Cristo, el Hijo del Hombre, será un descuido indiferente. Los días de Noé son un ejemplo. La advertencia había salido por boca de este predicador de justicia de que la gente se arrepintiera de sus necedades. Pero prestaron tan poca atención a la advertencia que continuaron con todo el tipo de completo abandono en los deseos de la carne hasta la misma hora del cataclismo: comieron, bebieron, se casaron, se casaron; hombres y mujeres, toda la generación, más allá de toda esperanza de redención.

Y luego, con el repentino espanto que ha caracterizado los juicios de Dios en situaciones similares, llegó el día en que Noé entró en el arca; luego vino el Diluvio y los destruyó a todos. Y los días de Lot son otro ejemplo de la total y ciega negligencia del pueblo. En Sodoma y Gomorra los habitantes continuaron en las delicias de la carne, así como en todas sus líneas de negocio, trabajo y esfuerzo: comieron, bebieron, compraron, vendieron, plantaron, construyeron, hasta la mismísima hora de la catástrofe que arrasó las ciudades, cuando llovió fuego y azufre del cielo y las destruyó a todas.

La gente de los últimos tiempos no habrá aprendido la lección de las calamidades anteriores; cuando el Hijo del Hombre sea revelado ante sus ojos asombrados y horrorizados en el último día, los encontrará como no preparados para Su venida, tan profundamente empapados en la necedad de los noaquitas y sodomitas como lo estuvo cualquier generación.

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