El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

Así como la persona con sentido común ordinario y capacidad de observación no necesita más evidencia de que el verano está cerca cuando ve que las ramas de la higuera se ablandan con la savia hinchada y las hojas tiernas que brotan de los brotes, así el discípulo de Cristo que ve las señales de las que habla Cristo en todo el capítulo, incluida la destrucción de Jerusalén, comprende y sabe que el juicio final está sobre él, a sus puertas.

Y aquí hay otra señal, una prueba más de la verdad de Su dicho, de la validez de Su profecía: Esta generación no pasará hasta que todo esto suceda. Quiere decir, ya sea: La nación judía permanecerá en la tierra como una raza, con todas las características raciales, hasta el Día del Juicio; o: La generación de hijos que he elegido, Mi Iglesia, no pasará, resistirá todos los intentos de derrocarla, por toda la eternidad. En medio del derrumbe de los mundos, cuando el cielo y la tierra vuelven al caos y son destruidos, la Palabra del Señor permanece para siempre.

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