Y me levanté en la noche, yo y unos pocos hombres conmigo, solo unos pocos asistentes de confianza; ni le dije a nadie lo que mi Dios había puesto en mi corazón para hacer en Jerusalén, tanto los planes generales como la acción especial que había determinado durante los tres días de su visita; ni había ninguna bestia conmigo, excepto la bestia sobre la que cabalgué. El reconocimiento de las murallas en ruinas debía hacerse en secreto, para que los enemigos, que tenían parientes en la ciudad, no se enteraran.

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