Y miré, me levanté y dije a los nobles, ya que parecía que toda la comunidad estaba infectada de miedo, ya los gobernantes y al resto del pueblo: No les temáis; Acuérdate del Señor, que es grande y terrible, de quien bien se puede esperar que infunda temor y asombro en los corazones de los enemigos, y lucha por tus hermanos, tus hijos y tus hijas, tus esposas y tus casas, porque todos ellos fueron en peligro con estas hordas sin ley listas para abalanzarse sobre Jerusalén.

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