Pero bendeciremos al Señor de ahora en adelante, mientras todavía vivamos aquí en la tierra, y para siempre, más allá de la tumba, después del Último Día, cuando el alma y el cuerpo se reunirán por toda la eternidad. Alabado sea el Señor, nuestro aleluya resuena ante el trono del Dios de nuestra salvación, por los siglos de los siglos, en los gloriosos salones del cielo.

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