REFLEXIONES

¡Bendito Jesús! que sea mi felicidad verte eternamente en ti, para que el orgullo se oculte para siempre de mis ojos; y que nunca pueda caer en la terrible tentación de robarle a Jesús su gloria y mi propia alma de consuelo, imaginando que he tenido la más mínima mano para contribuir a mi propia salvación. Que este sea mi lema de todos los días: no con ejército, ni con fuerza, sino con el Espíritu del Señor.

Y, Señor, ayúdame a bendecirte en el recuerdo de los ídolos mudos, en el curso del cual fui conducido hasta ahora; pero mediante la gracia redentora y el amor me sacaste y me enseñaste a servirte y amarte, el Dios verdadero y siempre vivo. ¡Precioso Jesús! ¡Cuán querido debes ser para mí, que soy en tu persona y en tu justicia, el todo en todo tu pueblo! Eres tú quien es objeto de fe y amor; el autor, el dador, el preservador, el restaurador, la suma y sustancia de todo lo que es excelente: bendito y glorioso Señor, ayúdame mientras vivo para alabarte, y cuando muera para alabarte, y en el acto de la muerte para alabarte. El e; ¡Que el primero y último de todos los sonidos en mis labios temblorosos sea Jesús! ¡Y que el dulce aroma de tu nombre refresque mi alma para siempre! Amén.

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