Pero, a pesar de la prerrogativa que ostentan en virtud de la gracia de Dios, moriréis como hombres, es decir, como gente corriente, que no ocupó posiciones distintivas durante su vida, y caeréis como uno de los príncipes, su el destino sería el de los muchos otros gobernantes a quienes el poder de Dios había depuesto de su alto estado y depositado en la tumba.

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