Dios es grandemente temido, muy temible, en la asamblea de los santos, en medio de su congregación, y debe ser tenido en reverencia por todos los que están a su alrededor, los mismos ángeles que tiemblan de temor en su presencia. Todos los creyentes lo consideran, no con el temor de los esclavos, sino con la reverencia confiada que se le debe por la continua revelación de su grandeza.

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