El primer breve párrafo de este capítulo revela a la vez la fuerza y ​​la debilidad de Salomón. Era fuerte, porque amaba al Señor y anduvo en los estatutos de su padre David. Sin embargo, estaba el otro lado de su naturaleza, al que cedió en una medida indebida, incluso al principio. Su afinidad con el faraón y su matrimonio con su hija, aunque políticamente astuto, fue un error vital desde el punto de vista de su relación con Dios y los propósitos divinos. De inmediato se ve cómo se comprometió al sacrificar y quemar incienso en los lugares altos. Los peligros de motivos mixtos y un corazón dividido son realmente terribles.

Al principio de su reinado, Jehová se le apareció en un sueño. Con esa aparición vino la gran oportunidad de Salomón, tanto para manifestarse como para obtener lo mejor. Su elección se caracterizó por una gran sabiduría, ya que reveló su conciencia de incapacidad personal para todo el trabajo que le correspondía. La respuesta de Dios a su pedido estuvo llena de gracia y bondad abrumadora. Le dio a Salomón lo que pidió y añadió las cosas que podría haber elegido, pero mostró su sabiduría de pasada.

La longevidad, la riqueza y la victoria son todas buenas cuando vienen como un don de Dios. Si un hombre los buscara por motivos egoístas en lugar de cumplir el propósito divino, con toda probabilidad resultarían ser maldiciones en lugar de bendiciones.

En este capítulo, a la elección de Salomón le sigue un hermoso cuadro en el que se le ve ejerciendo el don que había pedido y que Dios le había concedido.

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