Ahora Jehová se apareció a Salomón por segunda vez y declaró que su oración fue escuchada y respondida, pero insistió en que había condiciones que el pueblo debía cumplir. Estas condiciones se establecieron claramente, y hubo advertencias muy solemnes de lo que sucedería si se rompían.

Mientras leemos la historia, conocemos la triste y terrible secuela. A pesar de toda la fidelidad divina, ni el rey ni el pueblo cumplieron las condiciones, y el castigo fue la destrucción definitiva del Templo y la expulsión de la nación de su posición y servicio.

Cuán lento es el corazón humano para aprender esta lección. Parecería ser un peligro perpetuo en presencia del cual caen los hombres, el de reconocer la fidelidad de Dios y regocijarse en ella, sin dejar de ser infiel, de modo que la derrota y el desastre son los problemas inevitables.

La magnificencia material del reino se expone en el resto del capítulo. El presente de ciudades de Salomón a Hiram, su multiplicación de ciudades a lo largo de su propio reino, y su creación de una armada comercial, se relatan todos. Los elementos del fracaso deben rastrearse en todo momento. Hiram no estaba satisfecho con las ciudades que se le presentaron. Las ciudades que construyó el rey se convirtieron en focos de maldad, y los barcos introdujeron en la tierra cosas que tenían efectos malignos.

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