En la confirmación del rey designado por Dios con el consentimiento de la nación, Samuel les pronunció lo que fue prácticamente su último discurso.

Tenía la naturaleza de un mensaje de despedida, en el que había un toque de patetismo al hablar de su relación pasada con la gente.

Primero los desafió en cuanto a su conducta durante el período en el que había caminado ante ellos, y luego procedió a advertirles solemnemente, en vista del nuevo punto de partida en su historia que se estaba produciendo.

En un rápido examen de esa historia, les recordó dos cosas; primero, la fidelidad constante de Dios; y, segundo, su constante fracaso. El incidente está lleno de fuerza dramática cuando Samuel, en presencia de Saúl, acusó a la gente de haber pecado, por haber buscado un rey; y es más notable porque les habló de tal manera que les hizo sentir que estaban equivocados.

Sin embargo, el asunto estaba hecho, y ahora les encargó que siguieran sirviendo y siguieran a Jehová, y prometió con ternura que seguiría orando por ellos e instruyéndolos en la forma correcta. Su última palabra fue advertirles que si continuaban en su rebeldía, su rey no podría salvarlos.

Es evidente cuán clara era la visión de Samuel de la verdad fundamental concerniente al pueblo: que eran, y podían ser, grandes solo si seguían siendo un pueblo gobernado por Dios y obediente a Él.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad