Siete ángeles que tienen siete plagas constituyen lo que "acabó la ira de Dios". Primero, el vidente contempló el mar de vidrio y, de pie, la hueste victoriosa que había vencido a la bestia. Se los ve, no como derrotados y asesinados, sino como triunfantes y vivos. Cantan el cántico de Moisés, que es el cántico de la ley, y el cántico del Cordero, que es el cántico de amor. Han aprendido perfectamente cómo la ley y el amor se mezclan y se funden en la economía divina.

La carga del cántico es alabanza al Señor Dios Todopoderoso. Se hace referencia a sus palabras, sus caminos, su carácter, sus actos. A través de todos los tiempos terribles de estrés y tensión, estas almas han caminado por fe.

Ahora para ellos, por fin, la fe se pierde de vista, y cantan la alabanza de Dios a quien sirvieron incluso a costa del sufrimiento y la muerte.

Después de esta visión de las huestes victoriosas, Juan contempló la apertura de un templo en el cielo. Es "el templo del tabernáculo del testimonio". De allí provienen los siete ángeles que tienen las siete plagas finales. A estos ángeles, uno de los vivos les da las copas de la ira. Detrás de estos ángeles se ve en el templo la gloria de Dios con tal magnificencia y majestad que nadie puede conocerla hasta que se cumpla el juicio.

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