Este y los cuatro capítulos siguientes contienen el relato de la construcción real del Tabernáculo. Al comienzo mismo se declaró nuevamente la obligación del sábado. Luego se pidió a la gente que trajera sus ofrendas, y se hizo un llamamiento a aquellos que tuvieran un corazón dispuesto. Dar debía ser el signo exterior y sacramental de la gracia interior de la devoción a la voluntad de Dios. Es de notar que entre las ofrendas destacaban los ornamentos del pueblo.

Parecería que este era el final de los ornamentos que se habían quitado en su contrición. Si es así, fue una ceremonia doble, hermosa y sagrada. En presencia de su pecado y en profunda penitencia, se habían despojado de los signos de un pueblo regocijado. De ahora en adelante, su principal motivo de regocijo se encontraría en la presencia de Dios entre ellos. Esta presencia fue simbolizada para siempre por el Tabernáculo de orden y belleza. A su construcción trajeron estos símbolos de regocijo.

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