Con arrepentimiento, Ezequías fue inmediatamente a la casa del Señor, mientras enviaba mensajeros a Isaías. El profeta los envió de regreso con palabras de aliento, declarando que Dios los libraría. Mientras tanto, el Rabsaces regresó con el rey de Asiria, y se envió una carta a Ezequías advirtiéndole que no fuera engañado por Dios. Esta carta la difundió ante el Señor y le rogó que la liberara.

Su oración se caracterizó por una gran sencillez. Fue la sencillez de la fe la que reconoció el trono de Dios, declaró el peligro inmediato que amenazaba al pueblo y pidió una liberación que vindicaría el honor del nombre de Jehová. El segundo y más completo mensaje de Isaías a Ezequías declaró que el pecado de Senaquerib fue una blasfemia contra el Santo de Israel, y el olvido del hecho de que él también, en todas sus empresas, estaba dentro de la esfera del gobierno y poder de Jehová. Su juicio era inminente y sus jactancias vanas.

El capítulo termina con un relato de la destrucción del ejército asirio por el acto directo de Dios y la muerte de Senaquerib a manos de sus hijos.

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