Este capítulo es el primero de cuatro que constituyen un breve interludio histórico. Todos tienen que ver con Ezequías e Isaías. Los dos primeros están relacionados con las profecías del juicio en la medida en que sean de aplicación local. Se ocupan de la invasión de Senaquerib. Los dos últimos están relacionados con las profecías de paz. Se ocupan de la enfermedad y la locura máxima de Ezequías, y forman el trasfondo histórico de las grandes declaraciones que exponen el propósito último de Dios.

En este primero de los cuatro, se narra la historia de la invasión de Senaquerib y la misión del Rabsaces a la ciudad. Primero conoció a tres representantes de Judá: Eliaquim, Sebna y Joa. Se burló de ellos con su debilidad, deseando intimidarlos para que se sometieran diciéndoles que era inútil que confiaran en Egipto; además, que les era inútil confiar en Dios, porque estaban allí por su comisión, que, por supuesto, era una mentira atrevida y blasfema.

La delegación de Judá intentó persuadirlo de que hablara en arameo, pues temían que los judíos, al escuchar esas palabras en su propio idioma, se llenaran de pánico. Inmediatamente aceptó la sugerencia y habló a la gente reunida en la pared en su propio idioma, advirtiéndoles que no confiaran en Ezequías, prometiéndoles abundancia en otra tierra y declarándoles que Dios no podía librarlos. La lealtad del pueblo se manifiesta en el hecho de que se mantuvo en silencio.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad