La alabanza y la confesión se funden en una oración en la que primero se describe la dolorosa necesidad del pueblo, y luego se levanta un clamor lleno de intensa angustia por el amanecer del día en que Jehová actuará en juicio.

Una vez más, el profeta fortalece su propia fe al recordar cómo Dios había obrado a favor de su pueblo en el pasado. Este recuerdo de su fidelidad produce un nuevo sentido de su infidelidad, y confiesa el pecado y el fracaso. En medio de la desolación y la destrucción, pide a Jehová que actúe a favor de su pueblo.

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