Llegamos ahora a la segunda serie de mensajes antes de la caída de Jerusalén (18-20), que consiste en declaraciones de la supremacía absoluta de Dios. En preparación para esto, Jeremías fue enviado a la casa del alfarero. Allí lo vio trabajar en las ruedas. El poder se manifestó en su manipulación de la arcilla y la piedad en su reconstrucción de la vasija dañada.

Jehová mismo le dio la explicación. La casa de Israel era como barro en la mano de Jehová. Toda Su voluntad debe cumplirse, y la gente no podría escapar de Su mano. Jeremías recibió el encargo de entregar este mensaje a los hombres de Judá, pero ellos persistieron en la maldad, y Jehová declaró que su pecado era incomparable. Las naciones podrían ser desafiadas, pero no podrían producir nada parecido. Entonces, ¿qué quedaba sino que debía caer el juicio?

La entrega de este mensaje provocó una nueva oposición a Jeremías y se formó una conspiración contra su vida. Con resentimiento, derramó su alma a Jehová. Él había abogado por su causa, y esta fue la respuesta que hicieron. Por lo tanto, ciertamente estaba de acuerdo con la necesidad del caso de que fueran castigados, y él apeló a Jehová para que se ocupara de ellos en el tiempo de Su ira.

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