Una vez más, Jehová declaró su determinación de tratar con el pueblo en juicio, debido a la desafiante definición de su pecado. Ese pecado fue "escrito con pluma de hierro y punta de diamante". A esta declaración le sigue un contraste entre el hombre que confía en el hombre y el "hombre que confía en Jehová". El primero habita en medio de la desolación del desierto. El segundo tiene sus raíces en las fuentes de la fecundidad.

Esto es cierto a pesar de las apariencias contrarias. Jehová es el escudriñador de los corazones y, en última instancia, debe manifestarse la necedad de los que hacen maldad. A estas palabras de Jehová, el profeta respondió con una gran afirmación de fe y un igualmente grande llamado de necesidad. En grave peligro, estaba consciente del lugar del santuario, es decir, la relación correcta con el trono elevado de Jehová. Abandonar a Jehová era abandonar la fuente de aguas vivas.

Sin embargo, el sentimiento de necesidad era muy grande, y Jeremías pidió a Jehová que le diera Su palabra y lo vindicara ante los ojos del pueblo. Luego fue comisionado para estar a la puerta del pueblo y ofrecerles la prueba del sábado, y se le ordenó advertirles de cómo sus padres fallaron a este respecto, y también para declararles que si se negaban a escuchar, el el juicio debe caer.

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