Este y los dos capítulos siguientes contienen la historia del asedio hasta la caída de la ciudad. En la primera parte de este capítulo, Jeremías estaba libre. Sedequías ocupó el trono, pero fue desobediente a los mensajes de Jehová. El ejército de Faraón había salido de Egipto y, creyendo que el movimiento de Faraón estaba dirigido contra ellos mismos, los caldeos que estaban sitiando la ciudad partieron por una temporada.

Entonces Jeremías entregó un mensaje a Sedequías, en el que le pedía que no se dejara engañar por la apariencia del momento, declarando la victoria final de los caldeos sobre Jerusalén. En el intervalo de la ausencia del ejército caldeo, Jeremías salió de Jerusalén y se dirigió a Belén por negocios familiares. Allí fue arrestado bajo el cargo de caer en manos de los caldeos, y su constante profecía de su victoria evidentemente se interpretó como prueba de su simpatía por ellos.

Sedequías lo llevó de la prisión para preguntarle si tenía algo que decir. Inmediatamente respondió declarando contra la certeza de la victoria sobre el rey de Babilonia. Al mismo tiempo, protestó contra el trato que había recibido y pidió que no lo enviaran de regreso al calabozo de donde lo habían sacado. Esta petición fue concedida por Sedequías, pero Jeremías fue mantenido prisionero en el patio de la guardia.

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