En el segundo poema, el profeta se refirió a las fuentes del dolor que había descrito. Una vez más, afirmando que era el resultado de la acción directa de Jehová, procedió a describirlo en sus aspectos materiales y espirituales. Se destruyen las viviendas de Jacob, se profanan los príncipes, se mata al pueblo. Tales son los juicios materiales. Se destruye el lugar de culto, se olvidan las asambleas solemnes, se aborrece el santuario, se degrada al rey, a los príncipes, a los profetas y al pueblo.

Después de este reconocimiento del acto de Jehová en el juicio, el profeta estalló en una descripción de la aflicción en la iniquidad en cuanto al sufrimiento real soportado y el desprecio aún más doloroso de las naciones. Se identificó con el pueblo en todos sus sufrimientos y reconoció que el desprecio de las naciones cumplía la palabra que Jehová había hablado. Finalmente, pronunció un llamamiento de penitencia en el que hay dos movimientos.

El primero es su llamamiento a la gente, en la que los instó al arrepentimiento y a volver la vida a Dios. La segunda es la apelación del pueblo a Jehová, en la que nuevamente se cuenta la historia de la aflicción.

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