Desde esta escena de un pueblo corrupto gobernado por gobernantes corruptos, el profeta levanta los ojos y, mirando hacia el futuro, ve el día en que, bajo el verdadero gobierno, se producirá la liberación y se establecerá el orden divino. En esta mirada hacia adelante, vio la montaña de la casa de Jehová establecida y los pueblos que fluían hacia ella. De Sion saldría el Señor, y de Jerusalén la palabra del Señor. El resultado de este establecimiento de la autoridad divina sería el cese de la guerra y la posesión pacífica de la tierra, con todos sus beneficios.

A la luz de esta futura liberación, el profeta se dirige al presente. En medio de la dicción había seguridad. Incluso mientras se escuchaba el grito de dolor y aflicción, había esperanza. Declara que habría aún más dolor y sufrimiento, pero que el día de la liberación es seguro.

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