Aquí comienza la historia de quizás la oposición más extraña y completamente organizada que Moisés tuvo que enfrentar. Dos elementos estaban en juego. La primera fue la ambición y la segunda el descontento.

La súplica de los ancianos era por la igualdad de derechos y la consiguiente independencia de acción. La respuesta de Moisés fue una reafirmación de que su autoridad fue ordenada divinamente. Una disciplina repentina y terrible cayó sobre el pueblo. Todo el incidente es una advertencia para todos los tiempos y para todos los hombres contra cualquier intento basado en el derecho popular de violar los derechos de la corona de Jehová.

El último movimiento de la historia es una sorprendente revelación de la ceguera de la gente y de lo lejos que se había extendido la insatisfacción. Toda la congregación acusó a Moisés de que la muerte de los que habían sido castigados recaía. Nuevamente la voz divina amenazó con el exterminio del pueblo, y de inmediato una plaga feroz y rápida los afligió. Inmediatamente comenzó, sin embargo, por instigación de Moisés, Aarón, el sacerdote designado, que tenía derecho a balancear el incensario, lo llenó de fuego y luego, rociando el incienso, pasó en medio del pueblo afligido. La mediación prevaleció, la plaga se detuvo, y por ese hecho y con renovado énfasis, se indicó el derecho de Aarón como sacerdote y el derecho de Moisés como líder.

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