A medida que se acercaba el momento de la entrada a la tierra, se debía observar la fiesta de la Pascua. En los arreglos ahora hechos, se manifestó la dulce sensatez del gobierno bajo el cual vivía la gente. Algunos hombres no pudieron participar en la fiesta por haberse contaminado y otros por la distancia del campamento. Para todos, se hizo una provisión especial en una segunda observancia de la Pascua un mes después de la regular.

Cuando todo estuvo listo, las huestes esperaban sólo la Voluntad divina que se iba a dar a conocer a través de la nube. No habría ningún movimiento de la gente salvo en respuesta al movimiento de la nube. Fue a la vez una provisión benéfica y drástica. Ninguna responsabilidad recaía sobre el pueblo salvo la obediencia. No se les pidió que consideraran el momento ni la dirección de su marcha, pero es igualmente cierto que no se les permitió objetar o retrasar. Todo lo cual sirvió para mantener perpetuamente ante ellos el hecho de la autoridad soberana de Jehová.

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