“Y les hablarás mis palabras, escuchen o dejen de escuchar, porque son muy rebeldes”.

La voz del profeta debe continuar ya sea que los hombres la escuchen o no. Se le dieron las palabras de Dios como un encargo sagrado, por lo que debe hablar. Pero la respuesta no estaba garantizada, porque debía reconocer la rebeldía de aquellos a quienes acudía. Este énfasis continuo era una señal y una advertencia de que pronto se le iba a exigir algo muy difícil. Dios lo estaba preparando para lo peor. Al servir a Dios, eso es lo único que podemos garantizar, que Dios nos preparará para lo que está por venir.

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