"Y Abraham extendió su mano para matar a su hijo".

Obediente hasta el final, sabía que debía obedecer el mandato absoluto de Dios. Con nervios de acero, da el paso final para hacer el máximo sacrificio. Levanta el cuchillo listo para hundirlo en el cuerpo de su hijo. El escritor saca a relucir el patetismo. No Isaac, no el muchacho, sino "su hijo".

Siglos más tarde, otro Padre enviaría a Su Hijo para ser un sacrificio, pero en Su caso no habría intervención, no habría voz del Cielo. Porque Él era Aquel a quien apuntaba la sustitución venidera. Tuvo que llevarlo hasta el amargo final para la salvación del mundo.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad