"Aquel día habrá una calzada de Egipto a Asiria, y los asirios llegarán a Egipto, y los egipcios a Asiria, y los egipcios adorarán con los asirios".

En los días de Isaías, y en la concepción de Judá, había dos grandes naciones, una al norte, Asiria, y otra al sur, Egipto (al este estaba el desierto y al oeste el mar). Podría considerarse que representan a todas las naciones. Entre ellos había una amarga enemistad. Eran irreconciliables. La carretera entre ellos, que atravesaba Palestina, era una carretera para los ejércitos, una carretera de conquista. Y aparentemente siempre lo sería. Y, sin embargo, aquí estaba la promesa imposible de que un día se construiría un camino de paz y hermandad a lo largo del cual pasarían unos a otros y adorarían juntos al mismo Dios.

Y en los primeros días de la iglesia cristiana esto llegó a ser así. La iglesia universal se unió como una y se reunió en concilios y en comunión y adoraron juntos, reconociendo que eran una, todos sirviendo a un Mesías y Libertador judío, pero universal. Y en los días venideros, en el triunfo final de Cristo, los verdaderos remanentes de Egipto y Asiria serán uno con todas las naciones, sirviendo y adorando a Yahweh.

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