Lucas 1:26

La Anunciación de la Santísima Virgen María.

I. "El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret". Nunca hubo un tiempo en el que, humanamente hablando, las promesas de Dios parecieran haber fracasado tanto: la casa de David se había apartado de la vista de los hombres, era desconocida y olvidada, e Israel mismo estaba bajo la servidumbre de los paganos; el príncipe de este mundo parecía establecido por encima del santuario de Dios. Pero la impotencia del hombre es la oportunidad de Dios, y nada se perdió ante sus ojos; había llegado la plenitud del tiempo, y convenía que la vasija, destinada a ser destinataria de la gracia divina, se nutriera, no en los palacios de los reyes, sino en la pobreza oscura: pobre de espíritu, para que la suya pudiera ser la Reino de los cielos; lamentándose por las desolaciones de su casa y de su pueblo, para que ella sea consolada y consoladora de ellos; puro de corazón,

II. Cuando María vio al ángel, "se turbó por sus palabras, y pensó en qué tipo de saludo debía ser". Ligera pero muy hermosa es esta indicación de la mente de la Virgen: "estaba turbada", porque los humildes se turban cuando escuchan su propia alabanza; y con esa peculiar consideración que marca todo lo que se dice de ella, se imagina lo que debe significar tal saludo. Incluso como al final, aquellos que oirán las palabras: "Venid, benditos de mi Padre", dirán, por así decirlo, "¿De dónde es esta voz?" y aun se turba por el dicho, como más allá de su dignidad.

III. En María vemos perfecta fe, humildad y sumisión. Tranquilo como las aguas profundas y pensativo; como la nube de la mañana que revela el sol naciente; como la estrella que aparece por primera vez cuando la tormenta se retira. Sarah se rió de la extrañeza de ese saludo más allá de todo lo que buscaba; pero María es serena y reflexiva, como una que no se maravilla ante nada del poder y la bondad de Dios. Zacarías dudó y con una señal fue corregido; María no dudó, pero con una señal se fortaleció.

I. Williams, Sermones sobre las epístolas y los evangelios, vol. ii., pág. 353.

Referencias: Lucas 1:26 . A. Whyte, Expositor, tercera serie, vol. i., pág. 120. Lucas 1:26 . Revista del clérigo, vol. ii., pág. 146. Lucas 1:28 .

J. Keble, Sermones para los días de los santos, pág. 191. Lucas 1:31 . GEL Cotton, Sermones en Marlborough College, pág. 492. Lucas 1:32 . Spurgeon, Sermons, vol. xxx., núm. 1760. Lucas 1:34 . Ibíd., Vol. xxiv., No. 1405.

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