Salmo 139:21

El salmista responde a su propia pregunta: "Sí, los odio con todas mis fuerzas, como si fueran mis enemigos". La mayoría de nosotros deberíamos responder de manera muy diferente. Deberíamos decir: ¡Odíalos! No odiamos nada. Tratamos de obedecer el mandato de Cristo: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". "Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte". Creo que este lenguaje nuestro plausible y autocomplaciente indica que corremos un gran peligro de desviarnos por ese camino oscuro, si no lo estamos ya.

I. Evidentemente, la fuerza de la frase gira en torno a la palabra "Tú". David sabía que había una Presencia Divina con él. Cuando se aferró a este justo Juez y Legislador, cuando reconoció Su guía y deseó que todos los movimientos de su vida fueran gobernados por Él, entonces él mismo, sus semejantes y el mundo circundante, surgieron de niebla y sombra a la luz del sol. Todo se vio en sus verdaderas proporciones.

II. David odiaba todo lo que se levantaba contra la justicia y la verdad en la tierra, todo lo que buscaba establecer una mentira. Sintió que había poderes mortales que estaban obrando daños mortales en el mundo de Dios. En lo más íntimo de su ser tuvo que encontrar estos principados de maldad espiritual. Su odio crecía en proporción al grado en que creía, confiaba y se deleitaba en un Ser de absoluta pureza y perfección.

III. ¿Puede ser que la bendición de nuestra profesión cristiana consista en esto, que hayamos adquirido una paciencia con todo lo que odia a Dios y se levanta contra Él, lo que David no tuvo? Seguramente nuestra profesión cristiana no significa seguir el ejemplo de nuestro Salvador Cristo y ser como Él. Estaba envuelto en un conflicto de sangre contra el mal, en una lucha a muerte si éste debía apagar la luz del mundo o si esa luz debía prevalecer contra él.

IV. Decide odiar lo que se levanta en ti contra Dios que primero, eso principalmente y odiarás, junto con tu indiferencia, cobardía, mezquindad, toda tu presunción de tu propio mal juicio, tu disgusto por oponerse a él, tu falta de voluntad para tener tus pensamientos sondearon al vivo. Y así, con este odio, acariciado profunda e interiormente, vendrá la verdadera, y no la imaginaria, la caridad, la genuina, no la bastarda, la tolerancia.

FD Maurice, Sermons, vol. v., pág. 309.

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