UN CORAZON NUEVO

'También les daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes'.

Ezequiel 36:26

I. Si tu alma está abierta y receptiva, es maravilloso lo lleno que se te vuelve el mundo de voces divinas. —Vienen sobre ti inesperados, no buscados, enviando a tu corazón algún destello luminoso de sorpresa, de modo que te maravillas de tu anterior embotamiento; te golpean con el impacto repentino de algún nuevo conocimiento o intuición, y te hacen sentir, como nunca antes, la verdadera naturaleza de tu conducta diaria o tu deber y tu relación con otros hombres; o vienen como la presencia incansable de algún pensamiento nuevo que, una vez despertado, lo persigue y lo perturba con preguntas que no puede responder o sentimientos de los que no puede deshacerse.

A veces, estas voces divinas en nuestros oídos nos hacen comprender cuánto estamos perdiendo de las posibilidades superiores de nuestra vida, si por hábito pecaminoso o egoísta, por torpeza de espíritu o falta de simpatía, nos aislamos en pensamiento y sentimiento y interés de las grandes necesidades, los grandes dolores, las grandes pulsaciones del mundo más amplio.

Estos llamados que te llegan, sean invitados o no, y que conmueven tu corazón, hablándote desde la multitudinaria vida del tiempo en que vives, son como los centinelas en los muros de Jerusalén, que nunca callan el día ni noche.

Si no escuchas tales voces, si los fenómenos de la vida no te causan tal impresión, si eres sordo a todas estas llamadas y no te preocupas por ninguna de estas cosas, entonces está claro que tu alma aún no está despierta en ti; vives con un corazón embotado u oscurecido. Es una especie de vida en las cavernas, o vida subterránea, en tal caso, llevas una vida de rango inferior y esperanzas menores.

Sin embargo, estas voces de arriba, que vienen como testimonio del Espíritu Divino con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, nunca nos fallan. No pertenecen solo a tiempos lejanos. No debemos pensar en ellos simplemente como consagrados en la Biblia y peculiares a ella; sino como voces vivas que hoy nos hablan desde lo más profundo de la vida divina, en la que se sostiene nuestra vida.

II. Pero siempre debemos tener esto en cuenta, que las voces divinas hablan a los hombres con el efecto más conmovedor en cada generación cuando les hablan a través de las necesidades apremiantes de su propio día. —Para los judíos, la voz de Dios llegó en el lenguaje inspirado de sus libertadores y profetas, en sus incesantes advertencias, sus apasionados llamamientos y sus revelaciones de una nueva verdad. Para la primera generación de cristianos, estas mismas voces llegaron en forma de fuertes esperanzas de Adviento.

Cristo estaba muy cerca de los cristianos apostólicos. A medida que el cielo del este se iluminaba cada mañana, sentían que podría ser la luz de Su venida; y así sucedió que esta expectativa hizo que esos primeros creyentes, esos humildes seguidores de Cristo, esos pescadores galileos, esos oscuros provincianos, tuvieran el instinto de esa gran vida que eleva a los hombres sobre el mundo y los constituye en un nuevo poder.

Nuestras vidas están influenciadas en gran medida por la idea de un desarrollo lento; pero perdemos gran parte del secreto de toda vida superior si olvidamos esta maravillosa exaltación de los pobres, ignorantes y oscuros por este don del Espíritu y la inspiración de la esperanza divina. No fue por ningún método que pudiéramos haber pronosticado que aquellos hombres descubrieron este encanto que toma cautivo el corazón y regenera la vida. En su presencia sentimos la fuerza de las palabras del profeta: "No con ejército ni con fuerza, sino con mi Espíritu, dice el Señor".

III. Pero luego surge la pregunta: ¿Cómo pueden estas influencias divinas volverse poderosas también en nosotros? —Hay dos cosas que debemos tener claras en nuestra mente acerca de ellos. Uno, que deben basarse en nuestro sentimiento de la influencia viva de Cristo y la obra del Espíritu Santo; y la otra es que las voces del Espíritu deben venir a nosotros de las necesidades de nuestra propia vida y del tiempo en que vivimos si quieren llevarnos a cuestiones prácticas. Cuando miramos al mundo y su vida, sentimos que las esperanzas del Adviento deben tomar alguna forma nueva si han de preservar la realidad y ser cumplidas.

Tenemos estos signos esperanzadores para el futuro que se levantan a nuestro alrededor, incluso donde las cosas se ven más oscuras, de que los grandes problemas de la humanidad se sienten en nuestros días como ante todo sus problemas sociales y religiosos. Y viendo que las aspiraciones de la época —los sentimientos, los propósitos, las metas y las esperanzas que animan a los hombres— surgen de las necesidades de la época y de los problemas de su vida, miramos hacia adelante, tenemos un buen terreno para mirar hacia adelante. —A una generación de hombres que se distinguirán por la seriedad religiosa y el entusiasmo social.

Pero si esto es así, ¿cuál será su parte en esta vida venidera?

Obispo Percival.

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