22-27 La comunión perfecta y directa con Dios, suplirá con creces el lugar de las instituciones evangélicas. ¿Y qué palabras pueden expresar mejor la unión y la igualdad del Hijo con el Padre en la Divinidad? ¡Qué mundo tan lúgubre sería éste, si no fuera por la luz del sol! ¿Qué hay en el cielo que ocupe su lugar? La gloria de Dios ilumina esa ciudad, y el Cordero es su luz. Dios en Cristo será una fuente eterna de conocimiento y alegría para los santos en el cielo. No hay noche, por lo tanto no hay necesidad de cerrar las puertas; todo está en paz y seguro. El conjunto nos muestra que debemos pensar cada vez más en el cielo como lleno de la gloria de Dios, e iluminado por la presencia del Señor Jesús. Nada pecaminoso o impuro, idólatra o falso y engañoso, puede entrar. Todos los habitantes son hechos perfectos en santidad. Ahora bien, los santos sienten una triste mezcla de corrupción, que les estorba en el servicio de Dios, e interrumpe su comunión con él; pero, al entrar en el lugar santísimo, son lavados en la fuente de la sangre de Cristo, y presentados al Padre sin mancha. No se admite en el cielo a nadie que haga abominaciones. Está libre de hipócritas, de los que hacen mentiras. Como nada impuro puede entrar en el cielo, dejémonos estimular por estas visiones de las cosas celestiales, para emplear toda la diligencia y perfeccionar la santidad en el temor de Dios.

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