28-37 El orgullo y la vanidad son pecados que acosan a los grandes hombres. Son aptos para llevarse esa gloria que se debe a Dios solamente. Mientras la palabra orgullosa estaba en la boca del rey, la palabra poderosa vino de Dios. Su comprensión y su memoria se habían ido, y todos los poderes del alma racional se habían roto. ¡Cuán cuidadosos debemos ser, para no hacer nada que pueda provocar que Dios nos saque de nuestros sentidos! Dios resiste a los orgullosos. Nabucodonosor sería más que un hombre, pero Dios justamente lo hace menos que un hombre. Podemos aprender a creer acerca de Dios, que el Dios más elevado vive para siempre, y que su reino es como él, eterno y universal. Su poder no puede ser resistido. Cuando los hombres son llevados a honrar a Dios, confesando el pecado y reconociendo su soberanía, entonces, y no hasta entonces, pueden esperar que Dios los honre; no solo les devuelve la dignidad que perdieron por el pecado del primer Adán, sino que les agrega una majestad excelente, desde la justicia y la gracia del Segundo Adán. Las aflicciones no durarán más que hasta que hayan realizado el trabajo para el que fueron enviadas. No puede haber ninguna duda razonable de que Nabucodonosor fue un verdadero penitente y un creyente aceptado. Se cree que no vivió más de un año después de su restauración. Así, el Señor sabe cómo humillar a los que caminan en orgullo, pero da gracia y consuelo al pecador humilde y de corazón roto que lo invoca.

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