1-10 Tan pronto como entraron en Canaán, debían erigir un monumento en el cual debían escribir las palabras de esta ley. También debían levantar un altar. La palabra y la oración debían ir juntas. Aunque no podían, por su propia voluntad, erigir ningún altar aparte del que estaba en el tabernáculo, según la ordenanza de Dios, podían hacerlo en ocasiones especiales. Este altar debía estar hecho de piedras sin labrar, como las que encontraban en el campo. Cristo, nuestro Altar, es una piedra cortada de la montaña sin manos humanas, rechazada por los constructores por no tener forma ni hermosura, pero aceptada por Dios Padre y hecha la Piedra Principal del ángulo. En el Antiguo Testamento, las palabras de la ley están escritas, con la maldición adjunta; lo que nos sobrecogería de horror si no tuviéramos, en el Nuevo Testamento, un altar erigido cerca, que nos consuela. Bendito sea Dios, las copias impresas de las Escrituras entre nosotros eliminan la necesidad de los métodos que se presentaron a Israel. El propósito del ministerio del evangelio es, y el propósito de los predicadores debe ser, hacer la palabra de Dios lo más clara posible. Sin embargo, a menos que el Espíritu de Dios prospere tales esfuerzos con poder divino, no seremos hechos sabios para la salvación, ni siquiera por estos medios; por esto debemos orar diaria y fervientemente.

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