10-22 Si somos verdaderamente sabios, tendremos cuidado de evitar toda compañía malvada y prácticas malvadas. Cuando la sabiduría tiene dominio sobre nosotros, no solo llena la cabeza, sino que entra en el corazón y preservará, tanto contra la corrupción interna como contra las tentaciones externas. Los caminos del pecado son caminos de oscuridad, incómodos e inseguros: ¡qué tontos son aquellos que dejan los senderos sencillos, agradables y luminosos de rectitud, para caminar de esa manera! Se complacen en el pecado; tanto al cometerlo como al ver a otros cometerlo. Todo hombre sabio rehuirá tal compañía. La verdadera sabiduría también se preservará de aquellos que conducen a lujurias carnales, que contaminan el cuerpo, ese templo viviente y la guerra contra el alma. Estos son males que excitan la tristeza de toda mente seria y hacen que cada padre reflexivo mire a sus hijos con ansiedad, para que no se enreden en trampas tan fatales. Deje que los sufrimientos de los demás sean nuestras advertencias. Nuestro Señor Jesús disuade de los placeres pecaminosos, por los tormentos eternos que los siguen. Es muy raro que cualquiera que esté atrapado en esta trampa del diablo, se recupere; tanto se endurece el corazón y la mente cegada por el engaño de este pecado. Muchos piensan que esta precaución, además del sentido literal, debe entenderse como una precaución contra la idolatría y someter el alma al cuerpo, buscando cualquier objeto prohibido. Los justos deben abandonar la tierra tanto como los impíos; pero la tierra es algo muy diferente para ellos. Para los malvados es todo el cielo que jamás tendrán; para los justos es el lugar de preparación para el cielo. ¿Y es todo uno para nosotros, si compartimos con los malvados en las miserias de su último fin, o compartimos esas alegrías eternas que coronarán a los creyentes?

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