Treinta días, que era el tiempo habitual de duelo para las personas de alto rango y eminencia. Es una deuda, debido al honor sobreviviente de los dignos fallecidos, seguirlos con nuestras lágrimas, ya que aquellos que los amaron y valoraron, son sensibles a la pérdida y se sienten humillados por los pecados que han provocado que Dios nos prive de ellos.

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