ANÁLISIS.

Razonando más sobre la última idea del capítulo anterior, debe ser claro para ti que al creer que Jesús es el Cristo, eres así engendrado por Dios, y en ese caso, si amas al que te engendró, naturalmente y necesariamente ama a todos aquellos así engendrados. Esta es una regla infalible para determinar si sois hijos de Dios o no. Guardar sus mandamientos decidirá la cuestión.

Los requisitos de Dios no son gravosos. Los nacidos de Dios son así facultados para vencer al mundo y lo hacen, y este gran éxito depende de la corrección y la observancia de los requisitos de nuestra fe. Nuestra fe está encarnada en la declaración de que Jesús es el Hijo de Dios. De esta proposición el Espíritu da testimonio dio testimonio por medio del agua cuando Jesús fue bautizado porque fue cuando fue bautizado que el Espíritu descendió sobre él.

El Espíritu también dio testimonio por medio de la sangre; dio testimonio al resucitarlo de entre los muertos después de haber derramado su sangre y muerto. Si el Padre, la Palabra y el Espíritu Santo en el cielo dan testimonio del Mesianismo de Jesús, hay tres en la tierra que también dan el mismo testimonio el Espíritu, el agua y la sangre. Son los nombramientos de Dios para atestiguar el hecho de su Filiación. Los hombres están dispuestos a recibir el testimonio de los hombres.

Mucho más dispuestos debemos estar en recibir el testimonio que Dios da acerca de su Hijo, y especialmente, ya que por el registro de Dios tenemos la seguridad de la vida eterna a través de su Hijo. Juan escribe estas cosas a los creyentes, para que sepan que la vida eterna era suya como recompensa segura por aceptar, confiar y seguir a Cristo. Y, durante la era de los milagros, les asegura que Dios concederá su pedido en curaciones milagrosas cuando se le presenten peticiones de acuerdo con su voluntad, llamándoles la atención al hecho de que, si bien toda injusticia es pecado, hay pecado que no es para muerte; que donde hay unpecado que es de muerte, por lo que no aconseja la oración, asegurándoles que no hay peligro de pecar mientras observan la voluntad de Dios, y que, mientras la observan, el maligno no puede tocarlos.

Juan ruega con amor y urgencia a sus hijos en la fe que se mantengan alejados de los ídolos, porque al adorar ídolos, incluso en lo más mínimo, se sujetan a las trampas del maligno.

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