El último capítulo no forma parte del libro de Jeremías propiamente dicho. Encontramos en él acontecimientos relativos a la destrucción de Jerusalén y del templo. Después de las observaciones que hemos hecho, se entenderá fácilmente lo que en él se dice de Babilonia.

Recapitulo aquí los principios de este libro por su importancia. El imperio de Babilonia, como consecuencia de la infidelidad de la casa de David, fue establecido por Dios mismo y se le confió el gobierno del mundo. Pero Babilonia no solo oprimió a Israel, sino que instauró la idolatría y corrompió al mundo. El que debería haber sido un adorador del verdadero Dios, y un instrumento de su poder, estableció, en la medida de lo posible, la influencia del enemigo.

Dios lo ha juzgado. El imperio que Dios mismo estableció ha sido completamente derrocado. Este juicio fue ejecutado contra el orgullo del hombre y contra la idolatría. Al mismo tiempo fue la liberación de Israel. Esta última consideración dio lugar a una declaración por parte de Dios de lo que era Israel para Él, y lo que será en los últimos días. Pero el tema tratado es la Babilonia de ese día.

Desde entonces Dios ha permitido que existan otros poderes, gobernando el mundo con dominio universal, hasta el cumplimiento final de todos Sus propósitos. Estos imperios han subsistido según Su voluntad, han sido levantados o derribados según Él lo vio bien. Pero ninguno de ellos ha ocupado precisamente el mismo lugar que Babilonia. Ninguno de ellos se ha establecido formalmente en el lugar de Israel, ni la destrucción de ninguno de ellos ha sido la ocasión de la restauración de Israel.

La palabra de la profecía nos asegura que al final de los días, el juicio del último imperio tendrá este efecto. El juicio de Babilonia, en cierto modo, lo ha presagiado; como su carácter moral comenzó la triste historia de estas monarquías, y les sirvió de modelo en muchos aspectos en cuanto al mal que debía desarrollarse hasta el fin. Pero para comprender los principios fundamentales de esta historia y los tratos de Dios, el lugar que este primer imperio ocupó en estos tratos debe tenerse en cuenta clara y distintamente.

Además del inmenso hecho de la sustitución del imperio en manos del hombre, para el ejercicio inmediato del gobierno de Dios sobre la tierra, el testimonio diligente que Dios envió, y las advertencias a rey tras rey, a la gente y a los sacerdotes, es muy sorprendente en este libro, la paciencia del amor e interés de Dios.

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