Salmo 74 se queja de la desolación hostil del santuario, cuando se reconstruye en la tierra. Los enemigos de Dios, como los llama aquí la fe, rugen en las congregaciones. Los estandartes del hombre, no los de Dios, son los signos del poder. Todo el culto judío público fue abatido. No sólo esto falla lo que podría haber sido un consuelo en un momento así. No hay señales de Dios para hacerle frente, ni profetas, ni nadie que sepa hasta cuándo (saber, es decir, por la enseñanza de Dios, cuándo vendrá en poder).

Todavía hay aquí fe de que Dios no desamparará a Su pueblo, y esa palabra, ¿Hasta cuándo? si no hay respuesta, se convierte en llanto. No puede ser para siempre. Se confía en la fidelidad de Dios. Hasta ahora, Él había herido a Egipto y liberado a Su pueblo a través de un mar dividido. Todo el poder en la creación era Suyo. El enemigo había vituperado el nombre de Jehová. Todavía se considera que Israel es, en el remanente, como la tórtola de Dios.

Se le ruega que respete el pacto, porque los lugares oscuros de la tierra (o la tierra) están llenos de moradas de crueldad. Los oprimidos, los pobres, los necesitados, como siempre, se presentan a los ojos y al corazón de Dios. Los tenemos siempre ante nosotros como aquellos en quienes Dios piensa, en quienes Cristo se deleitaba en la tierra. Y así es incluso en cuanto al espíritu del que tenemos que ser. Pide a Dios que se levante y abogue por Su propia causa.

El tumulto de los que se levantaban contra Él cada día aumentaba. Mientras se ve como los pobres y los oprimidos, es notable cómo la fe identifica los intereses del remanente piadoso y de Dios, y aboga por su causa con él. Se habla de ella como desde fuera. Se dirige a Dios: sólo a Dios se le recuerda que Su nombre en Israel ha sido blasfemado. Este nombre recuerda ( Salmo 74:19-20 ) la relación de pacto y el tierno amor de Jehová hacia su pueblo.

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