24. Entonces el Señor hizo llover. Moisés relata aquí sucintamente, en un lenguaje muy poco ostentoso, la destrucción de Sodoma y de las otras ciudades. La atrocidad del caso bien podría exigir una narración mucho más copiosa, expresada en términos trágicos; pero Moisés, de acuerdo con su manera, simplemente recita el juicio de Dios, que ninguna palabra sería suficientemente vehemente para describir, y luego deja el tema a la meditación de sus lectores. Por lo tanto, es nuestro deber concentrar todos nuestros pensamientos en esa terrible venganza, cuya sola mención, como no tuvo lugar sin una conmoción tan poderosa del cielo y de la tierra, debería justamente hacernos temblar; y por eso se menciona tan frecuentemente en las Escrituras. Y no fue la voluntad de Dios que aquellas ciudades fuesen simplemente devoradas por un terremoto; sino que para hacer el ejemplo de su juicio más conspicuo, arrojó fuego y azufre sobre ellas desde el cielo. A este punto pertenece lo que dice Moisés, que el Señor hizo llover fuego del Señor. La repetición es enfática, porque el Señor no hizo llover entonces, en el curso ordinario de la naturaleza; sino que, como con una mano extendida, fulminó abiertamente de una manera a la que no estaba acostumbrado, con el propósito de dejar suficientemente claro, que esta lluvia de fuego y azufre no fue producida por causas naturales.

Es cierto que el aire nunca se agita por casualidad, y que Dios debe ser reconocido como el autor de la más mínima lluvia; y es imposible excusar la sutileza profana de Aristóteles, quien, cuando discute tan agudamente acerca de las causas segundas, en su Libro sobre los meteoros, entierra a Dios mismo en un profundo silencio. Moisés, sin embargo, nos encomienda aquí expresamente la obra extraordinaria de Dios; para que sepamos que Sodoma no fue destruida sin un milagro manifiesto. La prueba que los antiguos se han esforzado en derivar, de este testimonio, para la Deidad de Cristo, no es de ninguna manera concluyente: y están enojados, a mi juicio, sin causa, que censuran severamente a los Judios, porque no admiten este tipo de pruebas. Confieso, en efecto, que Dios actúa siempre por la mano de su Hijo, y no dudo de que el Hijo presidió un ejemplo de venganza tan memorable; pero digo que razonan inconclusamente, quienes de ahí sacan a relucir una pluralidad de Personas, mientras que el designio de Moisés era elevar las mentes de los lectores a una contemplación más viva de la mano de Dios. Y como a menudo se pregunta, a partir de este pasaje, "¿Qué habían hecho los infantes para merecer ser devorados en la misma destrucción que sus padres?" la solución de la pregunta es fácil; a saber, que la raza humana está en la mano de Dios, de modo que él puede dedicar a quien quiera a la destrucción, y puede seguir a quien quiera con su misericordia. Además, todo lo que no somos capaces de comprender por la medida limitada de nuestro entendimiento, debe ser sometido a su juicio secreto. Por último, toda aquella simiente era maldita y execrable, de modo que Dios no podía perdonar justamente ni a la más pequeña.

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