18. Oh sordos, oíd y ciegos. Ahora emplea estas palabras, "ciego" y "sordo", en un sentido diferente de aquel en el que las empleó anteriormente (versículo 16), cuando describió metafóricamente a aquellos que no tenían comprensión y que estaban abrumados por tal masa de aflicciones que fueron cegados por su dolor; porque aquí da el nombre de ciego a los que cierran los ojos en medio de la luz y no contemplan las obras de Dios; y el nombre de sordo para aquellos que se niegan a escucharlo, y se hunden en la estupidez y la pereza en medio de los restos de su ignorancia. Por lo tanto, condena a los judíos por "ceguera", o más bien, en mi opinión, condena a todos los hombres; porque, mientras él reprocha directamente a los judíos porque "al oír, no oyen, y al ver, no ven" (Isaías 6:9; Mateo 13:13), pero esto se aplica en alguna medida a los gentiles, a quienes Dios se reveló por sus criaturas, en cuyos corazones y conciencias también impresionó el conocimiento de él, y a quien había hecho y aún haría conocer sus maravillosas obras. Al exigir atención, declara que no hay nada que les impida comprender la verdad y el poder de Dios, excepto que son "sordos y ciegos". Tampoco está acompañado de malicia e ingratitud; porque él les instruye abiertamente acerca de su poder, y les da pruebas muy sorprendentes de ello; pero nadie presta atención a su doctrina ni a sus maravillosas acciones, y la consecuencia es que están voluntariamente "ciegas". Así, el Profeta demuestra que la culpa recae totalmente en los hombres al no percibir el poder de Dios.

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