Este capítulo contiene una historia notable, a la que se anexa una doctrina muy útil, porque Jeremías habla del arrepentimiento, que constituye uno de los puntos principales de la verdadera religión, y muestra al mismo tiempo que Dios rechazó a la gente, porque despreciaba perversamente todas las advertencias, y de ninguna manera podría ser tomado en cuenta. Encontraremos estas dos cosas en este capítulo.

Él dice que esta palabra le llegó al comienzo del reinado, de Joacim, del cual hemos hablado en otros lugares, donde Jeremías relató otros discursos pronunciados en su reinado. Por lo tanto, concluimos que este libro no se compiló en un orden regular, sino que se recopilaron los capítulos y de ellos se formó el volumen.

Sin embargo, el tiempo no se repite aquí en vano, porque sabemos que los miserables obtienen alguna esperanza de los nuevos eventos. Cuando los hombres han estado afligidos durante mucho tiempo y casi se han podrido en sus males, todavía piensan, cuando se produce un cambio, que serán felices y se prometen vanas esperanzas. Tal era probablemente la confianza de la gente cuando Joacim comenzó a reinar; porque podrían haber pensado que las cosas serían restauradas por él a un mejor estado. También hay otra circunstancia a notar; aunque su condición era casi pasada la esperanza, se endurecieron contra Dios, por lo que obstinadamente resistieron a los profetas. Por lo tanto, parece que los reprobados se volvieron cada vez más exasperados por los flagelos de Dios, y nunca habían sido verdaderamente humillados. Esta fue la razón por la cual Jeremías, de acuerdo con el mandato de Dios, habló tan bruscamente.

Paso otras cosas y llego a las palabras, que la palabra de Jehová vino a él. Así no se arrogaba nada a sí mismo; pero él testifica cuán necesario era, especialmente entre un pueblo tan refractario, que no debía traer nada propio, sino anunciar una verdad que vino del cielo. Aquí podría tratarse un tema general, que es que solo Dios debe ser escuchado en la Iglesia, y también que nadie debe asumir el nombre de un profeta o maestro, excepto aquel a quien el Señor ha formado y designado, ya quien le ha enviado su mensaje; pero estas cosas han sido tratadas en otros lugares y con frecuencia y mucho en general; y no me detengo de buena gana en temas generales. Entonces es suficiente tener en cuenta el propósito por el cual Jeremías dice que la palabra de Jehová vino a él, incluso que él podría asegurarse autoridad para sí mismo; no se jacta de su propia sabiduría ni de nada humano o terrenal, sino que solo dice que habló lo que el Señor le había mandado.

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