54. Para que se sorprendan. Se sorprenden de la novedad del hecho de que Cristo, que no había aprendido letras, pero que había trabajado de joven a hombre en una ocupación mecánica, es un maestro eminente y está lleno de sabiduría divina. En este milagro deberían haber percibido la mano de Dios; pero su ingratitud les hizo cubrirse de oscuridad. (346) Se ven obligados a admirarlo, lo quieran o no; y aun así lo tratan con desprecio. ¿Y qué es esto sino rechazar a un profeta a quien Dios ha enseñado, porque no ha sido educado por hombres? Se cortan la garganta por medio de su propio reconocimiento, cuando rinden un testimonio tan honorable de la doctrina de Cristo, que después de todo no tiene influencia en ellos, porque no tiene su origen, de la manera habitual, en la tierra. ¿Por qué no levantan sus ojos al cielo y aprenden que lo que excede la razón humana debe haber venido de Dios?

Además, los milagros, que se agregaron a la doctrina, deberían haberlos afectado con más fuerza, o al menos haberlos despertado de su descuido y estupidez excesivos para glorificar a Dios; porque ciertamente, cuando Dios adopta métodos de procedimiento no deseados, tanto más claramente muestra el poder de su mano. Y sin embargo, esta fue la razón por la cual los habitantes de Nazaret se cubrieron los ojos con malicia. Vemos, entonces, que no es la mera ignorancia lo que obstaculiza a los hombres, sino que, por su propia voluntad, buscan motivos de ofensa, para evitar que sigan el camino que Dios invita. Más bien deberíamos argumentar de manera opuesta, que, cuando los medios humanos fallan, el poder de Dios se nos revela claramente, y debería recibir alabanzas indivisas.

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