37. Habla con Eleazar, hijo de Aarón. Dado que no hay manifestación de la ira de Dios tan evidente como para no ser olvidada con demasiada frecuencia por la estupidez del hombre, Dios estaba dispuesto a anticipar este mal y establecer un monumento para la posteridad, para que el recuerdo de este juicio memorable nunca se oscurezca. Él ordena, por lo tanto, que se cubra el altar con los incensarios, para que nadie se entrometa apresuradamente para hacer las ofrendas sagradas. Cuando los llama "santificados", algunos entienden que era pecado transferirlos a propósitos profanos, porque una vez se habían dedicado al servicio de Dios. Sin embargo, soy más bien de la opinión de que fueron apartados (sacratas) como cosas malditas (anatemas). Así, el fuego que había estado sobre ellos se dispersó a lo lejos, para que el altar se limpiara de su contaminación. Aunque, sin embargo, había la misma contaminación en los incensarios, sin embargo, Dios los habría preservado como malditos, para que toda la posteridad pudiera entender que nadie más que los sacerdotes debían ser admitidos en los sacrificios. Tampoco es superfluo para Él hablar de los rebeldes como si hubieran actuado criminalmente "contra sus propias almas"; pero fue para que el recuerdo de su castigo pudiera estar grabado en esos recintos de bronce, para despertar el temor continuo.

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