7. Y así les harás. A Aaron se le ordena primero que rocíe el agua de purificación sobre ellos, que los limpie de su impureza; y no solo eso, sino que se les ordena que laven sus ropas, para que puedan tener cuidado con cualquier impureza que se encuentre en ellos, por lo que sus personas pueden infectarse. En tercer lugar, se les ordena afeitarse la piel con una navaja de afeitar, para que, despojándose de su carne, puedan comenzar a ser hombres nuevos. Luego se agrega un sacrificio, y ese doble, para hacer una expiación por ellos. Una vez completadas estas cosas, a Aarón, en lo correcto y en honor del sacerdocio, se le ordena ofrecerlas como el pan sagrado o el incienso. Pero el final de esto fue que podrían reconocer que ya no eran sus propios maestros, sino que estaban dedicados a Dios, para que pudieran dedicarse al servicio del santuario. Fue en testimonio de alienación que a algunas de las personas se les ordenó al mismo tiempo que les impusieran las manos; como si en esta ceremonia todas las tribus dieran testimonio de que, con su consentimiento, los levitas pasaron a ser propiedad peculiar de Dios, que podrían ser parte o apéndice del santuario. Los particulares (como veremos más adelante) estaban acostumbrados a poner sus manos sobre sus sacrificios, pero no con el mismo objeto que los sacerdotes. (177)

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