El Profeta aquí muestra por otra figura cuán poco rentables se ejercitaron los israelitas en su adoración pervertida, y luego cuán vanamente excusaron sus supersticiones. Y esta reprensión es muy necesaria también en la actualidad. Porque vemos que los hipócritas, cien veces condenados, todavía no dejarán de clamar algo: en resumen, no pueden soportar ser conquistados; aun cuando su conciencia los reprenda, aún se atreverán a vomitar su virulencia contra Dios. También se atreverán a presentar pretensiones vanas: de ahí que el Profeta diga que han sembrado el viento y que cosecharán el torbellino. Es una metáfora apropiada; porque recibirán una cosecha adecuada para la siembra. La semilla se echa sobre la tierra, y luego se cosecha la cosecha: han sembrado, dice, el viento, luego recogerán el torbellino o la tempestad. Sembrar el viento no es más que ponerse un poco para deslumbrar a los ojos de los simples, y por arte y apariencia de palabras para cubrir su propia impiedad. Cuando uno lanza su mano, parece arrojar semillas sobre la tierra, pero aun así siembra el viento. Así también los hipócritas tienen sus exhibiciones, y se ordenan, para que puedan parecer completamente como los piadosos adoradores de Dios.

Por lo tanto, vemos que el diseño de la metáfora del Profeta, cuando dice que siembran el viento, es mostrar esto, que aunque no difieren nada de los verdaderos adoradores de Dios en apariencia externa, todavía no siembran nada más que viento; porque cuando los israelitas ofrecieron sus sacrificios en el templo, sin duda se conformaron al estado de derecho, pero al mismo tiempo no obedecieron a Dios. No había fe en sus servicios: era viento; es decir, no tenían más que un espectáculo ventoso y vacío, aunque el aspecto externo de su servicio no difería nada de la adoración verdadera y legítima de Dios. Luego siembran el viento y cosechan el torbellino. Pero no podemos terminar hoy.

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