31. Gloria a Jehová para siempre El escritor inspirado muestra con qué propósito ha celebrado en la parte anterior del salmo el poder, la sabiduría y la bondad de Dios en sus obras, a saber, incitar a los hombres a alabarlo. No es un pequeño honor que Dios, por nuestro bien, haya adornado tan magníficamente el mundo, para que no solo seamos espectadores de este bello teatro, sino que también disfrutemos de la abundancia multiplicada y la variedad de cosas buenas que se nos presentan en él. Él considera que nuestra gratitud al rendirle a Dios la alabanza que le corresponde es una recompensa singular. Lo que agrega el salmista, que Jehová se regocije en sus obras, no es superfluo; porque desea que el orden que Dios ha establecido desde el principio pueda continuar en el uso legal de sus dones. Como leemos en Génesis 6:6, "se arrepintió al Señor de haber hecho al hombre en la tierra", así que cuando ve que las cosas buenas que otorga están contaminadas por nuestras corrupciones, deja de tomar deleite en otorgarlos. Y, ciertamente, la confusión y el desorden que tienen lugar cuando los elementos dejan de desempeñar su oficio, testifican que Dios, disgustado y cansado, se ve obligado a descontinuarse y pone fin al curso regular de su beneficencia; aunque la ira y la impaciencia estrictamente no tienen lugar en su mente. Lo que se enseña aquí es que tiene el carácter del mejor de los padres, que se complace en apreciar a sus hijos con ternura y en nutrirlos abundantemente. En el siguiente verso se muestra que la estabilidad del mundo depende de este regocijo de Dios en sus obras; porque no le dio vigor a la tierra con su mirada amable y paternal, tan pronto como la miraba con severo semblante, la haría temblar y quemaría las mismas montañas.

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