26. Y lo levantó. Describe otro ejemplo de la venganza de Dios, cuyo recuerdo debería haber estado profundamente arraigado en sus corazones, de modo que atesorando un miedo constante hacia él, pudieran cuidarse con la mayor solicitud. De nada sirvió de todo esto, es obvio que la locura de esa gente era incurable. En ese momento Dios sí contuvo su ira, ya que no dispersó a sus descendientes por varias partes de la tierra; pero su amenaza de sí mismo debería haber sido suficiente para someter a su orgullo, si no hubieran sido incorregibles. Levantar la mano es en este pasaje susceptible de dos significados. En las Escrituras se dice con frecuencia que Dios levanta su mano para infligir castigo. Pero como generalmente se admite que el profeta está hablando de jurar, (256) con esta opinión, coincido muy fácilmente. La práctica de levantar la mano, como si hubieran llamado a Dios a bajar del cielo, era un rito solemne habitual entre ellos, acompañando un juramento; y, por lo tanto, se aplica incorrectamente a Dios, cuya sublimidad se eleva por encima de todas las cosas, y que, como dice el apóstol, no puede jurar por un mayor que él mismo (Hebreos 6:13) Al emplearlo, por lo tanto, debe ser entendió que lo toma prestado de las costumbres comunes que prevalecen entre los hombres. Si las oraciones de Moisés no hubieran preservado la Tierra Santa para el pueblo, su dispersión habría sido terrible.

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